FASCISTIZACIÓN COMO POLÍTICA GENERAL DEL IMPERIALISMO

¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistando nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras más extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.
Los ciclos -crisis, depresión, reanimación y auge- del modo de producción capitalista son reconocidos incluso por las teorías económicas más elementales. Sin embargo, no podemos obviar que muchas de éstas hacen simplificaciones, o ignoran temas centrales, algunas de ellas de una forma más burda que otras.
Ciertos enfoques marcan la posibilidad de que, con mejores administraciones estatales o con vertientes políticas progresistas que abogan por una mejor distribución de la riqueza, se pueden palear las graves consecuencias de las crisis que produce el sistema capitalista. Dichas posiciones guardan una intencionalidad política, y es que las amplias masas populares no reconozcan la necesidad de acabar con el modo de producción vigente, como única forma de transformar sus condiciones de vida. Es por lo que iniciamos este artículo afirmando que la crisis es inherente al sistema capitalista, y que no se puede reformar un modo de producción que en determinado momento debe recurrir a la destrucción de sus fuerzas productivas para garantizar su existencia y la de su clase dirigente.
Breve contexto
El objetivo de este artículo no es ahondar en la crisis estructural actual, sin embargo, es necesario poner en contexto ciertos elementos que son importantes para comprender el momento histórico que vivimos y la respuesta de la burguesía.
Como primer punto es necesario nombrar la baja de la tasa de ganancia que ocurre desde los años 70. Esto no implica necesariamente que la clase capitalista no obtenga beneficios, de hecho lo hace con márgenes millonarios. Sin embargo, las crisis tienen una estrecha relación con la ley de descenso de la tasa de ganancia planteada por Marx, en donde la contradicción de las fuerzas productivas con las relaciones producción se hace evidente.
En segundo lugar, no podemos pasar por alto la grave crisis financiera que estallo en E.E.U.U en el 2008, misma que trajo consigo una crisis económica global. Dicha crisis se extendió rápidamente al mundo, sumiendo a varios países, especialmente europeos, en la necesidad de que sus respectivos estados rescaten a varias instituciones financieras burguesas con salvatajes millonarios que se otorgaron a nivel nacional e internacional. El sistema capitalista nunca se repuso totalmente de esa crisis. Los préstamos otorgados, sobre todo aquellos que realizó el Fondo Monetario Internacional, exigieron recortes de derechos, y esto llevó a un momento de protestas generalizadas en distintos países europeos. En el 2015, la falta de acuerdos entre Grecia y sus acreedores, para prolongar el rescate financiero, estuvo cerca de desencadenar la salida de los griegos de la moneda común, el euro.
Tampoco podemos pasar por alto las protestas generalizadas en Medio Oriente y parte de África que se dieron entre el 2010 y el 2012, conocidas como la Primavera Árabe. Comenzó en Túnez y, en cuestión de semanas, se extendió a Egipto, Yemen, Bahréin, Libia y Siria. Las exigencias de derechos básicos por parte de la población fueron reprimidas brutalmente.
En los años posteriores, los levantamientos se han ido generalizando, con momentos álgidos de lucha, desde Hong Kong en el año 2014, pasando por los Chalecos Amarillos en Francia, y sendas protestas y rebeliones populares en Italia, Grecia, Haití, Colombia, Chile, Ecuador, Perú, Brasil, etc. No obstante, es importante puntualizar que muchos de estos levantamientos han tenido un carácter espontáneo, motivados como respuesta del pueblo ante sus precarias condiciones de vida. En muchos casos estas grandes luchas han sido utilizadas por partidos reformistas y revisionistas que se han montado en ellas para llevarlas al fango institucional y burocrático, ya sea en forma de elecciones como el caso de Colombia, o de Asambleas Constituyentes como en Chile. Es necesario rescatar el arrojo y la valentía de muchas personas que han defendido sus derechos en las calles y que incluso han perdido su vida en manos de policías y militares, quienes no son más que perros guardianes del Estado Burgués.
Otro punto para tomar en cuenta en el contexto actual es que nos enfrentamos a un escenario en donde la disputa interimperialista es una realidad. China y EEUU vienen compitiendo tanto en el plano económico, como en el político, hecho que se hace evidente en su disputa por tener el control de los países semicoloniales. Si bien la relación entre éstos aún se desenvuelve en el plano comercial y diplomático, las demostraciones de fuerza van expandiéndose cada vez más. Por ejemplo, en el mes de agosto del 2022, tras la visita de Pelosi (Presidenta de Cámara de Representantes de los Estados Unidos) a Taiwán, China realizó una serie de ejercicios militares en el estrecho que limita con la isla. En este punto cabe mencionar que las pugnas entre ejes conformados por países imperialistas han sido los detonantes de las dos guerras mundiales. En la actualidad, las potencias mundiales se irán configurando para un próximo conflicto armado de gran escala.
¿Cómo enfrenta la crisis la clase capitalista?
Como hemos señalado anteriormente, estamos frente a una crisis estructural, y a esto se suma una pugna interimperialista en ascenso. La burguesía, tras reconocer que las contradicciones se agudizarán, y en su búsqueda de reafirmarse como clase dominante, se enfrenta a la necesidad de crear los elementos necesarios para detener los levantamientos populares. Adicional a esto, los países imperialistas buscarán fortalecerse a través del dominio de las semicolonias. Todo esto lleva a la aplicación de la fascistización de la sociedad como política general del imperialismo.
A nivel económico es necesario señalar que la pandemia agudizó la concentración de riqueza y capital, mientras el 10% de la población acapara el 76% de la riqueza mundial, la mitad más pobre de la población sólo posee el 2%[1]. La burguesía nunca pierde y ha optado por descargar la crisis en los hombros de los trabajadores; esto se traduce en desempleo, despidos, salarios de miseria, flexibilización laboral, sobreexplotación, recortes en salud y educación; es decir un recorte progresivo de derechos, tanto en países oprimidos, como en países imperialistas.
Lejos del promulgado estado de derecho, la caduca democracia burguesa que en realidad es la dictadura de la burguesía, se muestra cada vez más restrictiva. Cabe preguntarse ¿Qué victorias han obtenido los trabajadores, y en general, los sectores populares en los últimos años? Ninguna que sea significativa.
El Estado, como eje central de la política burguesa, está preparándose para detener los actuales y futuros estallidos sociales. Si bien el fascismo nació como una respuesta a la expansión del comunismo en el mundo a inicios del siglo XX, en la actualidad la fascistización no debe ser reducida a la conquista del poder político por parte de un partido fascista, sino que tienen que ver con la adopción, integración o ascenso de elementos fascistas reconocidos como tales, tanto en instancias estatales como en la sociedad.
A nivel político-militar los estados se dotan cada vez de armamento más sofisticado. En países como la India, en los primeros días del año en curso, se denunció la utilización de helicópteros no tripulados en contra de los naxalitas. Así mismo, en países de Latinoamérica la inversión en armamento no es menor. Por ejemplo, en el Ecuador, bajo el discurso de seguridad y lucha contra los negocios ilícitos, se ha adquirido armamento y lo que es más grave, se han realizado acuerdos de cooperación internacional para inteligencia policial y militar con países como Colombia, Israel, Gran Bretaña y Estados Unidos. Paralelo a esto se ha pretendido militarizar el país, normalizando las pesquisas, la presencia de militares en las calles y los estados de excepción, todo ello sin ningún resultado en contra del “crimen organizado”. En su desesperación, aunque sin ser una estrategia nueva, el Estado pretende instaurar un discurso que equipara al narcotráfico con la lucha social,
Otro aspecto a tomar en cuenta son las reformas jurídicas orientadas a la criminalización de la lucha social, a través del endurecimiento de penas, y dando un marco mayor de acción a la policía y los militares. Eso pretenden hacer las clases dominantes a través de leyes como la del uso progresivo de la fuerza.
En las últimas protestas en el Ecuador vimos como se pretendió judicializar a un gran número de personas que participaron en ellas. Muchos de esos juicios no prosperaron, sobre todo los que se realizaron a personas que no tienen relación con movimientos u organización sociales o políticas. Sin embargo, el mensaje fue claro, y estuvo orientado a criminalizar la protesta social, lo que se traduce en inducir cierto temor para bloquear la participación de las masas en estos hechos, no solo por la represión, sino por las consecuencias jurídicas que acarrearían. En la actualidad, incluso en las movilizaciones de carácter amplio, es normal encontrarse con agentes infiltrados que están encargados de identificar a dirigentes y militantes, y en general a identificar como se mueven las distintas agrupaciones políticas.
Todo esto tiene una orientación final, por un lado, que los niveles de lucha no se eleven, y por el otro, detener el crecimiento de organizaciones políticas con potencial revolucionario y de ser el caso, liquidarlas. Sin embargo, esto no quiere decir que la actual represión y criminalización no recaiga incluso sobre quienes no tienen una pertenecía orgánica, como ocurrió en octubre de 2019. Varias de las personas asesinadas salieron de manera espontánea a luchar por sus derechos, y se encontraron con una policía dispuesta a matar, por ello cabe decir que el funcionamiento de la policía no se fascistiza a causa de la intervención externa de las organizaciones fascistas; por el contrario, se da porque su propio funcionamiento se fascistiza (por la necesidades de represión actuales) –evidentemente en grados desiguales según los distintos sectores y momentos– y por ello se vuelve fácil para la “extrema derecha” difundir sus ideas en su interior e implantarse.
Sin embargo, las ideas reaccionarias y conservadoras no solo pueden calar en instituciones como la policía. No podemos pasar por alto hechos como los que acontecieron en la vía a Tumbaco, en las protestas de junio de 2022, en donde un grupo de civiles dispararon a manifestantes que estaban bloqueando una vía; o las marchas de la “paz” que llamaban a sacar a los “indios” de la ciudad. A estos hechos se los puede leer como un germen de organizaciones civiles en defensa de los intereses de la burguesía, que cuando alcanzan cierta estructura pueden convertirse en organizaciones paramilitares.
Esto nos lleva a comprender que la fascistización no abraza únicamente al Estado, sino a la sociedad en sí. Vemos como los discursos de ultraderecha van tomando fuerza. Las narrativas racistas, xenófobas (en contra del los migrantes), conservadoras y patriarcales campean por el mundo, buscando incidir en la población; incluso en Europa muchos candidatos de la política burguesa actual no han tenido reparo en coquetear discursivamente con personajes como Hitler o Mussolini.
El reformismo, arbitro a favor del Estado Burgués
En primer lugar, es fundamental comprender que la fascistización no es un proceso lineal, sino un proceso complejo que involucra varios elementos. Los Estados burgueses han comprendido, por ejemplo, que en la actualidad no es necesario enviar un paquete de recortes de derechos de una sola vez, sino que conviene hacerlo de forma gradual, ya que eso genera menos capacidad de respuesta.
La derogación del decreto 883 no garantizó el congelamiento de los precios de los combustibles, sino que al final provocó una subida gradual de precio de estos; por ello es menester realizar analices globales y desenmascarar, por un lado, las supuestas dádivas del Estado Burgués, y por el otro, a los reformistas, que presentan estas dádivas como victorias. Ya lo dijo Lenin “cuando la burguesía liberal concede reformas con una mano, siempre las retira con la otra, las reduce a la nada o las utiliza para subyugar a los obreros”.
El cuento del reformismo y la promoción de sus victorias parciales encubren las artimañas de los gobiernos de turno y esto tiene como efecto político el desarme de la organización popular. Un hecho comprobable es lo sucedido en Octubre del 2019, cuando más alto fue el nivel de lucha, en el campo y la ciudad, las dirigencias de la CONAIE se sentaron a dialogar con el gobierno de Moreno. Las consecuencias ya las conoce el país entero. Así mismo, en junio de 2022, vendieron como una victoria “las mesas de diálogo” con el gobierno de Lasso, para luego decir, de manera sinvergüenza, que aceptaron el diálogo por presión de sus bases. Como era previsto, las famosas mesas de diálogo no trajeron ningún beneficio tangible a los campesinos e indígenas del país, pero si sirvieron para promocionar a los dirigentes como grandes luchadores sociales.
El reformismo y progresismo, en su infinita demagogia, aún sigue acusando al “neoliberalismo” de la situación actual, y por tanto sostienen que una mejor administración estatal cambiará la vida de los sectores populares. Sin embargo, podemos ver que en Chile el pueblo Mapuche, en la región de la Araucanía, sigue siendo pisoteado por el gobierno de Boric y los grandes empresarios, tras la promesa de campaña de desmilitarizar la zona; así mismo en Colombia, las promesas Petro no se han materializado, ni si quiera aquellas que tenían que ver con la liberación de los jóvenes detenidos en paro del 2021. Por ello afirmamos que el problema no es la forma de gobierno, sino el carácter de clase del Estado Burgués que es el garante del sistema capitalista-imperialista.
De este análisis se desprende que el camino institucional ha caducado y que únicamente retrasa el avance de los sectores populares. Las elecciones, las consultas populares, las asambleas constituyentes, las reformas ajustadas al estrecho marco burgués, no solucionan los problemas estructurales de los sectores populares. Por ello es fundamental identificar que el gran enemigo es el sistema capitalista – imperialista, y los viejos estados burgueses, independientemente de la forma de gobierno que asuman.
La alternativa para el proletariado nacional e internacional tiene que ver con elevar sus mecanismos de lucha, como única alternativa para enfrentar las fascistización del estado y la sociedad; pero la tarea fundamental consiste en el desarrollo de una corriente roja, que por un lado desenmascare al reformismo y por el otro puede enfrentarse a cada gobierno de turno, sin perder de vista el único horizonte válido para las amplias masas populares: la destrucción del sistema capitalista-imperialista.
[1]https://wir2022.wid.world/www-site/uploads/2021/12/Summary_WorldInequalityReport2022_Spanish.pdf